En el revés de un rostro

Perfeccioné penurias como dichas, engarcé por igual en la espesura lágrimas y fulgores, saqué lustre al destino por avaro, miserable que fuera, y de cada pedrusco del instante hice joyas eternas, sin saberlo. Transporto así también al enemigo con sus lujosos odios esculpidos, a intrusos que conviven con mis mejores horas como vetas en la piedra pulida, a los protagonistas de un amor insoluble, de una leyenda inmóvil, a todos mis custodios, adictos o traidores, esos sobrevivientes que acampan a mi sombra y son mi propia tribu, fatalmente.

¿Cuántas personas pueden caber en una? ¿Cuántos rostros; cuántas miradas? ¿Cuántos corazones pueden latir en un mismo cuerpo? ¿Cuánta sangre, como torrente, fluir en diferentes direcciones por las mismas venas? ¿Cuánto de lo que nos dicen puede ser realmente cierto? ¿Cuánto, una vacía concepción del mundo que nos rodea, apenas? ¿Cuánto hay de determinante en el decir del otro, respecto de lo que al otro podamos parecer? ¿Cuánto de todo aquello puede determinarnos en el devenir de nuestros días?
La historia a veces comienza entre penurias, entre lágrimas que tienden a apagar los fulgores, mientras a lo lejos, una melodía trae los restos de un destino que, como tal, puede ser modificado, tomando como base la cachetada de una palabra contra la mejilla de un tiempo que, aunque queda atrás, marca; deja la huella de una herida y, al mismo tiempo, fortalece.
Alguien dijo alguna vez a aquel casi adolescente (de unos 13 o 14 años) que era “demasiado delgado y afeminado” para formar parte del elenco de una comedia musical y le cerró las puertas entre despojos de avara discriminación. Pero sin saberlo, al mismo tiempo, ese alguien le abrió las puertas de un futuro al que, desde la autosuperación, supo sacarle lustre, brillo, como si de tocar estrellas con las manos se tratara.
Fue así, en definitiva, como aquel casi adolescente pudo verse en el revés de su rostro y comenzar a configurar a todas las personas que pueden caber en su persona, dejando así atrás la resaca traumática de una timidez paralizante, para dar rienda suelta al fin a los santos y demonios que poseyeron ese otro lado de su existencia, tan natural como un río que corre a través de su lecho buscando destino de mar. Fue así, en definitiva, como Yanurix, en todas y cada una de sus personificaciones, dio vida a Gustavo Díaz. ¿Y viceversa?
Todo se puede desentrañar a partir de una casualidad. Aunque esa casualidad pueda tener, en rigor de verdad, mucho de causalidades. “Yanurix” sonó levemente, entre dientes, el mismo día en que Gustavo Díaz comenzó a trazar el camino de una vida dedicada plenamente al arte desde todas y cada una de sus aristas, cuando acompañado por su mamá se presentó, tímidamente, en un concurso. Pero fundamentalmente, desde una introspección que supo toparse y hacer frente a los más crueles estereotipos de una sociedad que no estaba preparada para lo que se vislumbraba ya como un ser “diferente”.
Sostenido por el calor y el afecto familiar y una determinación atravesada de lado a lado por hacer lo que le gusta, ese nombre lanzado al viento casi como por obligación, es hoy una marca registrada del movimiento Drag Queen en la Provincia. Pero no sólo aquí. Esa pasión por un arte en permanente desarrollo y absolutamente desafiante para lo socialmente permitido lo llevó a recorrer el amplio territorio nacional y le abrió las puertas para cruzar las fronteras y llegar a otros países, en los que con sus producciones dejó marcas que aún resuenan con sus ecos.
“Comencé por una mala experiencia que tuve tratando de meterme en el arte; en una academia musical de La Rioja. Éramos chicos, pero ya se nos notaba que éramos diferentes”, cuenta Gustavo en diálogo con 1591 Cultura + Espectáculos. En el living de la casa, su mirada busca un horizonte no tan lejano, como si fuera posible volver a ese momento y producir un cambio. Aunque ya no resulte necesario. “Nos discriminaron en esa academia, porque éramos demasiado delgados y afeminados. Me traumé; eso me hizo peor en cuanto a la timidez y el pánico a la gente”. Sin quererlo, con sus palabras y parte de su historia, traza una radiografía de los arquetipos de una sociedad que, entre aires de élites y prejuicios, intenta expulsar todo aquello que no entre en lo preestablecido.
Sin embargo, y a pesar de los contextos hostiles, el artista se reafirma. “No me determinan los prejuicios; no los siento mucho. Lo que sí puedo decir es que no hay mucho trabajo en La Rioja. Fuera de la provincia, en cambio, estoy trabajando casi todos los fines de semana. En provincias como Tucumán, Córdoba, Mendoza, o San Juan”. Y va incluso un poco más allá: salvo aquella primera traumática experiencia, “en La Rioja nunca tuve problemas; cuando me ven en eventos la gente se prende, les gusta mucho, pero el trabajo sige generándose mucho de boca en boca; a través de gente que ya me conoce. Puede que ahí haya un poco de prejuicios, pero en la gente no. Estoy trabajando mucho en casamientos y cumpleaños de gente grande. Nunca sentí discriminación, salvo aquella vez que fue como un detonante”.

EN EL CAMINO
Sí, sí, conmigo hasta el final: nunca por el acierto o el error, ni siquiera por la belleza o la esperanza, sino sencillamente por el bien que nos une, por el mal que nos ata, por haberme acosado contra el fondo, por compartir la noche. Ahora son testigos de mis acatamientos y de mis transgresiones, cada uno con su inverso sistema de medir, con su manera de cambiar de color de acuerdo con la pena o el indulto, anticipando el juicio en el relámpago o en el escalofrío con que se manifiestan o se tornan legibles (O. O.)
Cuando el arte se abre paso a fuerza de talento, no queda espacio para los encasillamientos. No hay, en tal caso, un nombre o una especialidad que pueda definirlo sino que, por el contrario, se hace determinante en el camino, gracias a un recorrido que se desarrolla con tanta pasión como consciencia.
Gustavo Díaz cuenta que el movimiento artístico denominado Drag Queen podría tener antecedentes de su gestación en la época del teatro isabelino donde las mujeres no podían encarnar personajes sobre el escenario. Entonces, los hombres interpretaban personajes femeninos. Más acá en el tiempo, su nacimiento tiene lugar en los años ‘70 en la subcultura del cine bizarro y el cine under, con la polémica película “Pink flamingos” en la que se consagró como protagonista la extravagante Drag Queen “Divine”. Luego, en los ‘80 tiene su explosión de la mano de RuPaul. Es a partir de allí que no deja de crecer de manera popular y mediática en todo el mundo a través de realities y progranas de televisión. En la actualidad al movimiento artístico Drag Queen lo complementan muchas disciplinas artísticas: la danza, el teatro, el diseño de indumentaria, la composición teatral, la composición coreográfica, el maquillaje y la edición musical, entre otras. Todas ellas, son calificadas en competencias nacionales e internacionales. Y todas ellas, habitan en Yanurix.
“Es un proceso. El arte Drag Queen son muchas disciplinas artísticas en una sola, y todas componen este movimiento y, como tales, son puntuadas; desde la edición de la música; la temática; la ropa, con tres cambios de vestuario en escena; corte y confección, diseño de indumentaria; coreografía; idea y desarrollo de una composición artística a la hora de presentarlo. Además, tiene como desafío el manejo de plataformas; conocimiento de maquillaje, de combinaciones de colores, etc”.
Todo ello conlleva la creación de un personaje. Y, al mismo tiempo, la posibilidad de meterse en la piel de lo que no se es, pero que también habita en el revés de un rostro. “Creo que a aquel trauma que me quedó de mi imagen lo empecé a transformar a través de un disfraz. Yo no era yo; me veía terminado y me había cambiado por completo. Lo tomaba como si fuera una careta y siempre me escondía detrás de eso. Me pasa que me empiezo a ver producido y a veces siento como que se apoderara de mí el personaje. Producido siento que me llevo el mundo por delante. A veces pienso que es muy loco, que así nomás no lo podría hacer; pero lo cierto es que abandoné carreras por timidez. Soy demasiado tímido, y antes era peor. Siempre trataba de evitar el estar en contacto con la gente. Lo trabajé mucho, pero era más fuerte que yo”.
¿Gustavo o Yanurix? “Es todo un tema. Me siento muy cómodo como Gustavo, es mi esencia, pero a mí se me hace mucho más fácil la vida como Yanurix; es como mucho más fácil, siento otra llegada con la gente. Hay eventos a los que vas y que nadie te registra, nadie te dice nada. Llega la noche y estás producido y sos una especie de estrella y te sacás mil fotos. Me pasa que muchas veces el personaje hasta me saca de apuros”.
El personaje saca de apuros a la persona; a ese joven que se reconoce tímido y al que le cuesta sostener la mirada mientras narra una historia que podría quedar registrada en las páginas de un libro de cuentos, pero que es tan real como todos y cada uno de los personajes a los que Gustavo Díaz dio vida, especialmente Yanurix y Ryuk, dos de sus más importantes creaciones y de las más significativas para su carrera.
“Con Yanurix gané un concurso nacional con una temática africana (Yanuafrica). Eso me hizo más conocido en el ambiente. El proceso mío fue gracias a la carrera que hice en la Universidad: Licenciatura en Arte Escénico. Hasta ese momento trabajaba en musicales que no tenían tanto contenido artístico, sino que buscaba verme estéticamente correcto y que pueda bailar y sorprenderlos con el baile. Empecé a experimentar con el teatro, las puestas y el desarrollo de una performance y el contenido, sobre todo. A la danza y al manejo de indumentaria le fui sumando lo que aprendí en la Universidad y mi personaje se fue nutriendo más. Ya presentaba temáticas más fuertes, como por ejemplo una que tiene que ver con el Holocausto, las políticas extremas y el arte; un proceso artístico interesante con el que pude ganar otro concurso nacional”.
Así, en el camino, Gustavo Díaz fue trazando sus producciones, pero también su personalidad, que logra imponerse en el escenario, cuando el personaje ya se apoderó de la persona y también de la atención del público. “No me cuesta salir a escena. Cuando empecé, nunca pensé que alguien pudiera llegarme a pagar por lo que yo hacía; mucho menos que alguien pudiera contratarme; mucho menos que pudiera ir al interior; mucho menos que pudiera ir a otras provincias; mucho menos que pudiera salir del país”, concluye con cierto dejo de sorpresa, pero con la convicción de una tarea en la que no solo pone el cuerpo, sino también el alma.

AUTOSUFICIENCIA
Alertas, recelosos como fieras insomnes mis testigos, pero así como “el mundo es más profundo de lo que piensa el día” así será el alcance de sus pruebas. Porque después igual que ahora y después igual que antes, ellos acudirán con esos espejados testimonios de los que emerjo yo siempre absuelta en azul o condenada en escarlata, siempre algo más acá o un poco más allá de mi oculta sustancia, donde la culpa es otra. (Olga Orozco. En el revés del cielo).
No solo se trata de componer un personaje. Se trata, además, de darle vida. Como si estuviéramos hablando aquí del protagonista principal de la novela de Mary Shelley: Víctor Frankenstein. Esa capacidad, además, tiene que ver con lo heradado. “Mi abuelo es ecultor, mi mamá pintora, mi papá arquitecto, mi abuela se dedica al arte sacro. Siempre me motivaron a que yo haga las cosas y lo que no pueda hacer, que aprenda a hacerlo. Yo sé mucho de pintura también y eso me ayuda. Me ha servido mucho de sostén mi familia, mi casa. En mi caso particular, siempre existió el apoyo. Desde chico he tomado mi sexualidad como algo muy natural. Ha sido muy natural; nunca fue necesario ni siquiera decirlo; nunca tuve que esconderme u ocultarme”, cuenta Gustavo Díaz a lo largo de la charla en la que se van colando también algunos temas que atraviesan su existencia.
Es, también, de alguna manera, una especie de construcción que viene ligada a un entorno familiar diferente y con una capacidad de autosuficiencia y adaptación muy superior a la de la media de una sociedad encadenada a los prejuicios y a la intolerancia, como ingredientes indispensables para una grieta que no termina de cerrarse nunca.
“Hay un costo importante; pero yo personalmente, al hacerme todo, no siento mucho el gasto. He aprendido a hacer todo. Si no tengo plata voy atrás del Easy o del Vea y junto cartón o telgopor y con eso hago magia. Eso es gracias a mi familia, que siempre me hizo aprender. Si no tengo plata para comprar casquetes o pelucas, las hago; lo mismo con las telas: si no vienen compro lienzo, que es lo más barato y empiezo a trabajarlas hasta lograr lo que quiero. Otros tienen que adecuarse a lo que hay. Yo no; se me pone que tiene que ser de una manera y lo hago”, afirma con la misma determinación con la que encara cada uno de sus trabajos.
Y de sus trabajos, precisamente, atesora momentos que se tradujeron en conquistas como lógicas consecuencias de una dedicación que marca la diferencia a la hora de montar un show y que le valió abrir puertas que, de otra manera, hubieran sido impensadas. Entre esos logros se cuenta, nada más y nada menos: Drag Queen Provincial La Rioja; Drag Queen Reina Nacional Argentina; Reina Nacional del Carnaval y el Turismo de Salta; Drag Queen Nacional de la Gala de San Pedro en Jujuy; Drag Queen Nacional de la Primavera y las Flores de Córdoba; Campeón Nacional de Animé Friends de Buenos Aires; Campeón Provincial La Rioja Otakay; Reconocimiento por parte de la embajada de Japón en Argentina. Por otra parte, esos títulos fueron los que le valieron la posibilidad de trabajar de lo que le gusta y de lo que ama en diferentes provincias de la Argentina como Córdoba, Catamarca, Tucumán, Salta, Jujuy, Buenos Aires, Mendoza y Santiago Del Estero, entre otras, y de manera internacional con destacadas participaciones en los Comic Con de Ecuador y Perú, en tanto que también llevó su arte a Europa.
Sin embargo, puesto a elegir, no duda: “el que más me marcó en mi carrera fue un show musical con el que gané el premio Reina Nacional Drag Queen Argentina 2011, que fue mi primer gran título. Me marcó porque fue como el inicio hacia lo más profesional. El último es el de Ryuk, que me abrió una puerta muy grande a la hora de trabajar y de conocer diferentes partes del mundo. Todo ocurrió un poco por casualidad, pero con ese personaje pude ir a todos los eventos de Comic Con que había en el país”, cuenta, mientras recuerda su paso por países como Portugal, Ecuador o Perú.
“Comencé a dedicarme, a pulir el personaje (Ryuk) y a llevarlo bien siempre. Lleva todo un proceso que es muy cansador, cuando uno está todo producido. Es mucha gente, son muchas horas. Lo Drag Queen, en cambio, no me cansa, es más pasional, me da mucha más satisfacciónes”, afirma Gustavo, sin dejar por un segundo de buscar las palabras en un horizonte que traza su destino, al tiempo que construye su presente, como si de un personaje se tratara. “A esto siempre lo vi como un hobby, como una etapa que en algún momento iba a acabar; pero de alguna manera el personaje me fue consumiendo, me fue quitando mucho tiempo y dando mucho trabajo. Tenía ganas de terminar la carrera, pero salían shows permanentemente y eso demandaba mucho. Y así me fui enganchando y se fue pasando el tiempo”, reflexiona.
Y en ese reflexionar, van también sus inquietudes hacia lo que viene, hacia ese futuro próximo que lo ubica en otros escenarios (actualmente trabaja también en la producción de vestuario para otras personas; también en el tema del maquillaje, dando cursos), aunque sin dejar de lado la pasión por lo que lo lleva a estar hasta 20 días produciendo una puesta en escena que no sólo incluye sus tres cambios de vestuario, sino también los cambios de vestuario de los bailarines que lo acompañan, lo que supone un proceso de producción extraordinario.
“La gran mayoría de los Drag Queen no hacen lo que hago yo; lo que en realidad hacen en general aquí en La Rioja, donde somos muy meticulosos. Yo, desde chico aprendí a hacerme mis cosas. Mi abuelo es escultor y recuerdo que de niños nunca nos daban juguetes; si queríamos un elefante teníamos que hacerlo. Me han motivado mucho, me han estimulado la creatividad”, concluye, con cierto dejo de nostalgia en sus memorias.
Y eso, al igual que su motivación y su creatividad, es algo que se nota. A simple vista. O en el revés de su rostro.

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