La voracidad, ese animal salvaje

Una reseña para el libro «Árbol de Diana» de Alejandra Pizarnik

Mujer fundamental para la literatura argentina y universal, Alejandra Pizarnik (1936-1972) realizó, entre poesía y prosa, un viaje extraordinario a través de las palabras, dejando en cada una de ellas un pedazo de su piel siempre en llamas, ardiendo al fuego intenso de sus luces y sus oscuridades, nadando en aguas profundas hasta la asfixia, o caminando descalza sobre la tierra cuarteada de los desiertos de sus angustias y dolores, tan dulcemente contados.
La voracidad literaria de Pizarnik -que es también la voracidad con la que vivió cada instante de sus días- se asemeja, en toda su esencia, a un animal salvaje y hambriento que está dispuesto a devorarla desde adentro, desde sus propias entrañas y que, al mismo tiempo, se retroalimenta de lo que la escritora no tiene, de lo que le falta. En definitiva, de sus carencias.
Esa necesidad extrema de desfallecer en cada verso se vuelve poesía en “Árbol de Diana” (1962) -al igual que en toda la obra de Pizarnik- y desnuda a la autora frente a sus propios temores y fantasmas, tan agitados como el pulso mismo en el que vivía inmersa, con -por entonces- sus apenas 26 años.
He dado el salto de mí al alba // He dejado mi cuerpo junto a la luz // y he cantado la tristeza de lo que nace, afirma la autora en el inicio de uno de sus libros más trascendentales, dando paso a una escritura que puede definirse como autoreferencial, si se parte del concepto aquel que sentencia que la obra no se comprende sin la vida y que la vida no se explica sin la obra. Y al parecer, una y otra son absolutamente indisociables en la escritora.
La metáfora principal que se desprende de los 38 poemas de “Árbol de Diana”, como reflejo en un espejo, es la muerte de la poeta. Esa idealización de sí misma como una ausencia permanente sugiere una analogía que es preciso interpretar dentro de los mismos escritos que van surgiendo como cataratas de pequeños, pero contundentes indicios.
Explicar con palabras de este mundo // que partió de mi un barco llevándome, o El poema que no digo, // el que no merezco. // Miedo de ser dos // camino del espejo: // alguien en mí dormido // me come y me bebe pueden ser claros ejemplos de una búsqueda entre analogías para una doble personalidad que se debate, una ambivalencia que da lugar a desgarradores alaridos en el silencio. O lo que es igual: a la voracidad interior de Pizarnik, ese animal salvaje.

Mini bio

Escritora argentina. Su obra poética, que se inscribe en la corriente neosurrealista, manifiesta un espíritu de rebeldía que linda con el autoaniquilamiento. Entre sus títulos más destacados figuran La tierra más ajena (1955), Árbol de Diana (1962) y Extracción de la piedra de locura (1968).

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