La pintura, al igual que la literatura, posee esa cualidad única de poder construir universos paralelos desde el trazo del pincel del creador, como si de palabras vertidas sobre un papel en blanco se tratara. El decir con las manos construye, desde el trabajo a consciencia, un lenguaje abarcativo y pleno de paisajes y rostros. Colores como cielos en sol riojano y pájaros en arte alado, cual presagios de un vuelo que se tornará perpetuo.
El universo particular de Luis Blanchard tiene un pájaro azul que abre sus alas de par en par sobre la pared y, en esa mueca de aire, invita al ocasional visitante a subirse, antes de entrar, a una especie de nube en la que el color abarcará de lado a lado todos los sentidos. Allí, en la puerta de ingreso a la casa del pintor, la mente habitualmente agobiada por el incansable devenir de lo cotidiano, se abre casi instintivamente a los paisajes por descubrir.
De allí en más sólo quedará cruzar la puerta de entrada para nacer a un espacio en el que la luz deja traslucir el camino de la vida ligado a una elección existencialista por la pintura. Señales que permiten descubrir el alma del artista abierta de par en par, como de par en par están abiertas las alas del pájaro azul en el afuera, presagio de vuelo que ahora se acumula en los ojos que hacen un denodado esfuerzo por poder absorber todo aquel despliegue de colores que son una marca registrada en la obra del artista.
Es que en el universo particular del pintor riojano, las paredes hablan desde los lienzos. Y lo hacen en el mismo idioma en que un escritor puede construir mundos paralelos, sólo que desde el trazo del pincel del creador, como si de palabras vertidas sobre un papel en blanco se tratara. El decir con las manos construye, desde el trabajo a consciencia, un lenguaje abarcativo y pleno de paisajes y rostros. Colores como cielos en sol y pájaros en arte alado.
La obra, en su totalidad, habla de Blanchard antes que Blanchard hable de ella. Las palabras, en este caso, bien podrían estar de más, dada la incuestionable simbiósis entre ambos. Sin embargo, esa obra que habla de su autor no podría ser tal sin el fundamento que el autor le da a su obra, a modo de argumento que sustenta una búsqueda que, en su derrotero, supo traspasar las fronteras de La Rioja y las de su propia geografía.
Bajo la dulce mirada de Frida Kahlo, Luis Blanchard abre a 1591 Cultura + Espectáculos las páginas de sus memorias desde aquellos días en la pueblerina Alta Gracia, en la provincia de Córdoba, cuando comenzó a sentir íntimamente la vocación por la pintura y por el arte, aún cuando en su familia no hubiera antecedentes en este sentido. “Fue una cuestión como intuitiva; es algo que nace con uno, como hay gente a la que le gusta el deporte. Uno nace con eso, es insondable”, reflexiona el artista al ser consultado por su relación con la pintura.
En este sentido, recuerda con cierta nostalgia que por aquel entonces su padre era empleado estatal y su madre ama de casa, y ambos muy afectos a la lectura. “Viendo esos libros que mis padres traían a casa surgió mi interés por la pintura. El tema es que no había en Alta Gracia alguien que enseñe. Por otra parte, mis padres me mandaron a hacer una carrera técnica, a la escuela industrial de Córdoba; me recibí y me dediqué a trabajar en mecánica de autos. Fue así que un día me fui a Tucumán a trabajar sobre un auto de carrera, hasta que finalmente, invitado por unos amigos, me vine a La Rioja, donde conocí a mi mujer y ya me quedé”.
El amor llamó a echar raíces por estos pagos y le puso colores a la vida de Blanchard que, entre los autos y la mecánica, no dejaba de dar rienda suelta a sus sueños sobre lienzos. “Seguía con eso (por la mecánica), pero a la par armé un espacio y retomé la pintura”. Esa vocación y determinación artística le permitieron conocer a pintores de La Rioja, cuestión que, a su vez, le valió entrar más de lleno en los suyo.
Luego llegó la posibilidad de comenzar a trabajar en la Dirección de Cultura, en el área de Artes Visuales y aquello hizo agudizar aún más su inclinación por la pintura. “Fue pasar de la parte física a la parte metafísica; fue un cambio muy grande, ya que se trata de dos concepciones de vida totalmente diferentes”, sostiene Blanchard al rememorar el momento aquel en que dejó la mecánica para dedicarse de lleno a su vocación por el arte.
“‘Quinca’ Barrionuevo estaba a cargo de la Dirección de Cultura y allí fue donde hice mi primera exposición, en el mismo lugar en que trabajé hasta que me jubilé. Mientras tanto, se había abierto en La Rioja el Profesorado de Artes Visuales, cuando yo tenía unos 38 años, y fui el primero que se inscribió. Teníamos hijos chicos y era un problema coordinar tantos horarios, fue un sacrificio, pero lo hice”, recuerda Blanchard al tiempo que afirma que, sin embargo, su concepción artística no se modificó mucho por la escuela. Si, en cambió, se perfeccionó. “Me fui interesando en el arte precolombino, en los diaguitas, pero hubo en mi pintura una evolución, porque no quería que sea un arte arqueológico, sino hacer algo propio”.
Todos esos intereses, sumados a otros como los mitos y las leyendas riojanas pueden verse en cada una de sus obras, mixturadas, además, con las experiencias que fue recogiendo a lo largo del camino que, como artista, lo fue llevando por diferentes latitudes y, muy especialmente, por el Viejo Continente, donde sus pinturas adornan paredes y muros. Paciente, Blanchard cita a Antonio Machado que, desde la voz de Serrat, afirma: “se hace camino al andar”.
Ese andar, precisamente, lo llevó por países como España, Dinamarca o Finlandia (entre otros), pero también por los caminos rurales riojanos, en donde el artista plasmó y sigue plasmando sus conocimientos a los más pequeños. “Tratar de explicar el arte es tratar de explicar lo inexplicable”, sostiene, no obstante, el pintor riojano, quien ha trabajado mucho con los niños, incluso en estos tiempos de reinado tecnológico.
“Los maestros van viendo algunas de mis obras en Facebook y van sacando material de ahí; hace poco me invitaron a un jardín de infantes en barrio Yacampis; ‘estamos trabajando sobre usted’, me dijeron, y eso me asombró. Los artistas son los que menos interesan en esta provincia y en este país”, analiza de manera crítica y cuenta: “cuando voy a las escuelas llevo algunos cuadros, no muy grandes, que sé que pueden interesar a los chicos y les voy mostrando y preguntando sobre los colores, por ejemplo, para que se les despierte ese interés; trabajé mucho en la zona rural de La Rioja haciendo esas visitas, con el mismo método. Llevaba los cuadros y hablaba con los chicos; a los chicos hay que motivarlos para que saquen lo que tienen dentro”, sostiene.
Esa manera de llegar a los más pequeños es también una manera de vivir el arte, la pintura, y de transmitirla desde un espacio de generosidad que busca revertir una realidad incontrastable y que el propio Blanchard expone: “es muy difícil ser pintor, artista, en La Rioja. A las autoridades mucho no les interesa; no hay políticos que se preocupen en hacer un trabajo con las escuelas, por ejemplo; no hay interés por lo artístico. En un tiempo hubo una galería de arte, pero tampoco funcionó y los únicos lugares para exponer son los oficiales. Ademas, es muy difícil la venta de los cuadros, aunque puedo decir que tuve la suerte de poder vender bastante, especialmente con algunas series, como la de las iglesias del interior”.
Esa visión local que despierta muchos interrogantes en relación al desarrollo cultural en la Provincia puede ser, sin dudas, uno de los factores determinantes para que el artista busque nuevos horizontes, aunque el camino no es menos pedregoso. “Para salir y andar hay que tener coraje”, sostiene Blanchard. Conocedor de geografías lejanas, el artista riojano no solo fue un “corajudo” conquistador (a la inversa) de Europa, sino también un logístico diseñador de estrategias que permitieran sortear los obstáculos que implica atravesar, por ejemplo, la aduana para salir del país.
Voracidad artística, que le llaman y que le permitió instalar su nombre en el intrincado mapa global de la pintura. “Empezamos por España, luego hicimos un viaje a Francia, otro a Nueva York, a México, a Italia”, recuerda el pintor con cierta nostalgia de aquellas épocas de aventuras compartidas con otros riojanos. “En esos países hay mas interés por lo cultural, es otro mundo, y siempre se puede vender algún cuadro. Es una cuestión de cultura y educación; aquí, en cambio, somos más primitivos, estamos mas interesados en el comercio, en la ganancia”, sostiene Blanchard desde una mirada que se sustenta en la experiencia de lo vivido.
¿Y en La Rioja? ¿Qué ocurre con el arte en La Rioja? La pregunta de 1591 Cultura + Espectáculos surge con cierta naturalidad. La respuesta del pintor no se hace esperar y es, también, un trazo contundente sobre el lienzo de la realidad: “ha disminuido mucho la actividad en La Rioja. Antes había un grupo de artistas locales muy riojanos, que desarrollaban las temáticas locales, grandes figuras como Pedro Molina o “Toto Guzmán, que eran realmente artistas. Las nuevas generaciones son como mas ‘light’; hacen su carrera, pero pensando en una salida laboral. La mayoría no pinta”.
Blanchard sabe mejor que nadie, sin embargo, que a pesar de las dificultades que supone desarrollar la pintura en La Rioja, el sol nunca deja de salir generosamente para el artista. “La Rioja es todo sol”, afirma. Y cada una de sus obras lleva el color del sol refractándose sobre su universo. Y pájaros, pájaros como presagio de vuelo eterno, para llegar lo más cerca que se pueda del astro rey.
RESIGNIFICANDO A FRIDA
La relación del artista con su obra es tan estrecha como el tiempo que dedica a crearla. Blanchard ofrece a la pintura varias horas al día, día tras día, para concebir una manera de supervivencia a lo externo, desde su ser interior que trasunta los caminos del arte. De allí que no dude en citar a Picasso a la hora de trazar su concepción de trabajo: “espero que cuando me llegue la inspiración me encuentre en el taller trabajando”. A juzgar por los hechos, trabajo e inspiración se conjugan a la perfección en cada instancia de color sobre el lienzo, de la misma manera que se armoniza la simbiosis de Blanchard con una de las artistas más reconocidas a nivel mundial, como lo es Frida Kahlo. Una manera, también, de pintar su propia vida, tal como lo hacía aquella mujer que con el correr del tiempo se fue convirtiendo en una figura icónica. “Siempre me interesó mucho Frida Kahlo; de alguna manera me sentía emparentado a ella y se fue generando una especia de acercamiento”. Así es como Kahlo habita en el universo de Blanchard y como Blanchard la resignifica, pero no sólo desde al amor o la admiración, sino también desde el padecimiento y los dolores anclados en lo físico. “Puedo estar en el taller hasta ocho horas por día”. O hasta que la columna diga “basta”, en esa misma medida.